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Este verano de 2012 me tocó vivir de cerca las consecuencias de la actual política de exterminio compulsivo de gaviotas patiamarillas en Vigo. Resulta que en las cubiertas de mi edificio solían anidar todos los años varias parejas. Observarlas desde mi ático constituía una de las emociones del verano.
Entonces a principios de agosto, montaban una especie de gran fiesta nocturna por toda la calle, con mucho kakakaká y pi-pi-pi-pí, y al día siguiente se iban todas volando, dejando, tras todo el bullicio, un patio extrañamente silencioso. Siempre me he preguntado adonde irían.
El año pasado, en una excursión a Cíes a mediados de agosto, me las encontré a todas, posadas por millares en el centro de la ría, abarcando una gran extensión de mar. El catamarán se les echaba encima, y entonces ellas, en el último instante, despegaban en gran número, saliendo casi de debajo de las tajamares, confundiéndose con la espuma del mar, componiendo con ello una bella e impagable estampa marinera.
Este verano sin embargo todo fue un poco triste, tan solo había tres parejas de gaviotas anidando en las cubiertas escalonadas que envuelven el gran patio-jardín escalonado de mi edificio, y de toda su descendencia solo sobrevivió un único polluelo. Apareció una noche a principios de julio, golpeando con su pico el cristal de la puerta-ventana de mi ático, el cual da a una pequeña cubierta-jardinera.
Inicialmente el poc-poc-poc me hizo pensar en una extraña gotera, pero al levantarme me encontré con un pollo de plumón gris marengo que me miraba con cara de idiota.
Al principio pensé que el pajarete en cuestión se habría caído solito en la jardinera, procedente de la cubierta plana de mi estudio, situada a unos tres metros por encima, donde sus padres habían decidido anidar, y donde dos días antes ya había avizorado a tres furtivas cabecitas grises pasando rápidamente, deslizándose como lo hacen los polluelos, con la cabeza baja y en fila.
Posteriormente me fui enterando, con gran disgusto, de que la presidenta de comunidad había autorizado, por su cuenta y riesgo, a la vecina del ático del edificio colindante, a la que no conocía de nada, el acceso directo desde su edificio a nuestras cubiertas, para retirar los huevos [léase masacrar a los pollitos], porque al parecer su presencia la molestaba.
Tras constatar que era el único polluelo que quedaba [según mis cálculos con tres parejas debería haber habido entre seis y doce polluelos], indignado decidí conceder al bípedo en cuestión el status de asilado político, así como ayudarle en todo cuanto pudiera. Así pues el pollo Guguín, como decidí llamarle, se pasó casi todo el mes de julio, a salvo y bien atendido, paseándose a sus anchas por una jardinera de unos veinte metros cuadrados de extensión.
Al principio, cuando Guguín me veía salir a la jardinera, trataba aparcando tras algún obstáculo de ocultarse discretamente, aunque dejando casi siempre, sin darse cuenta, su cola a la vista, pero enseguida fue cogiendo confianza y se acostumbró a mi presencia. Además sus progenitores, si bien no podían subirlo —lo que tampoco hubiera sido conveniente dadas las explicadas circunstancias— le hacían constantes visitas, trayéndole comida que le daban de pico a pico.
FOTO 1 – EL CAMUFLAJE PERFECTO. EN ACTITUD POLLUELOSA EL GUGUÍN SE MIMETIZA CON SU ENTORNO
Por otra parte como pude constatar su plumón pollueloso resultaba un camuflaje magnifico, particularmente de noche, cuando su madre bajaba a visitarlo y estaban los dos juntos, entonces solo se la veía a ella.
Resultó que el pollo era muy activo y hacía ejercicios gimnásticos. Unas veces daba pequeños saltitos al tiempo que movía sus alitas. Otras veces Guguín hacía ejercicios de estiramiento, por ejemplo pasando las alas por encima de los hombros, o bien estirando solamente un ala o una pata alternativamente.
Era gracioso verle beber en un cacharro que les puse, Guguín metía su pico en el agua apuntándolo hacia abajo, después, para hacerla bajar, echaba la cabeza hacia atrás poniéndose pico al cielo. Cuando lo hacía en compañía de uno de sus progenitores parecía un rito muy solemne, en el que, muy serios ambos, subían y bajaban la cabeza al unísono. A Guguín además le gustaba mucho sumergir la cabeza en el agua para, una vez dentro, sacudirla vigorosamente, haciendo un ruidillo característico.
El Guguín también tenía su carácter. En una ocasión desde mi mesa de trabajo lo vi echar a dos palomas de la jardinera, haciendo un amago de carga sobre ellas. Maniobrando con la cabeza baja y el fuerte pico en ristre, cual adarga en astillero, logró ponerlas rápidamente en fuga.
Con el paso de los días Guguín, por demás un pollo muy alegre, se fue poniendo grande y fortachón, mientras trataba, con saltos cada vez más enormes, de encaramarse a un tendedero portátil, cubierto por un plástico, que tengo en la jardinera, para, desde éste, lograr alcanzar la cornisa, y reunirse así con los otros especímenes de su bandada.
FOTO 2 – MIRANDO CON DESENVOLTURA A LA CÁMARA EL POLLO GUGUÍN POSA PARA LA POSTERIDAD
Cuando finalmente lo consiguió, por las noches, con la ventana abierta, lo oía piar tristemente, seguramente echando de menos a sus hermanitos desaparecidos. Sin embargo durante el día, en dos saltos, bajaba a pasar las tardes en mi jardinera, donde se entregaba a actividades propias de su condición polluelosa, tales como zampar, cazar insectos, ahuecarse el plumaje, que se arreglaba con el pico, dar saltitos o dormir repantingado en la hierba.
FOTO 3 – GUGUÍN, ANTE TODO UN SOÑADOR
Cada vez que llegaba a casa, antes incluso de pisar el rellano, Guguín me oía y empezaba a piar alegremente. Momentos después los demás se sumaban con sus graznidos y entonces yo, gratamente aclamado por toda la bandada, hacía una estimulante entrada triunfal en el estudio.
La primera vez que le vi volar de verdad fue un día en que había retirado el plástico para tender una ropa, momento que eligió Guguín para intentar subirse al tendedero. Le hice bajar, tenía que esperarse un poco. Repentinamente volaba hacia mí. Me aparté instintivamente. Un instante después estaba sobre el vacío.
Con preocupación lo ví alejarse. Con su cola desplegada, batiendo con coraje las alas y sin dejar en ningún momento de piar [piii-piii-piii], Guguín se desplazaba precariamente por el aire. Visto desde atrás, gris y gordito como estaba, se le veía poco aerodinámico.
Cuando lo perdí de vista viraba suavemente a estribor, perdiendo algo de altura en el proceso. Temí que no lograse controlar la situación y acabase haciendo un aterrizaje forzoso en la calle. Sin embargo, finalmente consiguió, tras lograr completar un giro ascendente, retornar a la cubierta. Tuve que subirme a la azotea para comprobarlo. Y allí estaba él, más pollito que nunca, de pie encima del forjado del estudio.
FOTO 4 – CON EL PICO METIDO EN EL PLUMAJE GUGUÍN DUERME A PATITA SUELTA EN LA JARDINERA
Con el paso de los días empezó a salir, temprano por las mañanas, a volar con los demás. Sobre las cinco de la tarde regresaban todos alborotando con sus graznidos. Subido a la viga metálica sobreelevada que recorre la cubierta del ático y rodeado por su bandada, a Guguín [que hacia pi-pi-pi] se le veía satisfecho de volar con los adultos.
Debido a su aspecto pollueloso [cabeza baja, pico apuntando hacia adelante y plumaje gris moteado con ribetes marrones], y a que sus alas mal plegadas le daban un peculiar perfil geométrico, Guguín, recién aterrizado, presentaba una silueta muy distinta a la de sus congéneres, la cual recordaba vagamente a un carro Leopard con patas.
FOTO 5 – GUGUÍN, MUY CHULITO ÉL, POSANDO EN LA JARDINERA
Todas las mañanas, sobre las ocho y cuarto, y antes de salir a hacer sus ejercicios aeronáuticos, Guguín se personaba piando festivamente delante de mi puerta, acompañado de uno de sus progenitores, una gaviota grande y de aspecto serio, a la que por supuesto Guguín toreaba todo lo que le daba la gana. Tras hacerse con algo de picoteo ambos se iban literalmente volando.
FOTO 6 – EL GUGUÍN LLEVÁNDOSE ALGO AL PICO
Y todo iba muy bien hasta que, precisamente el 13 de agosto pasado, Guguín sufrió un percance, probablemente debido a un error de cálculo en el salto que hacían las gaviotas, desde el borde de mi jardinera hasta una viga perpendicular a ésta y a su misma altura, que corona el patio lateralmente.
FOTO 7 – GUGUÍN TOREANDO A UNO DE SUS PROGENITORES
Ello hizo que Guguín acabara levemente metido dentro del patio, y después el pobre no sabía como salir, lo que hizo que con cada nuevo intento fuera descendiendo gradualmente, de punto de apoyo en punto de apoyo, hasta acabar en la base arbolada del patio, tres plantas más abajo.
Para las gaviotas los patios interiores son como agujeros negros. Ello es debido a que las aves, por su mayor tamaño, adolecen de una inferior relación peso-potencia que los pájaros, por lo que para volar dependen mucho de su capacidad de planeo, la cual a su vez depende de la succión que, sobre el extradós del ala, proporciona el Principio de Bernouilli.
El problema es que para hacerlo funcionar se necesita tener flujo de aire en las alas. Como resulta que en un patio no suele haber corrientes de aire ni, dada su angostura, manera de generarlas con velocidad, las gaviotas que caen en esa trampa suelen acabar, al perder sustentación, en el fondo del patio, muchas veces heridas.
Como consumados aviadores que son, los ejemplares adultos lo saben bien y ni se les ocurre adentrarse en un patio. Guguín en su bisoñez lo aprendió por las malas. Desde el fondo del patio, tres plantas más abajo, me miraba poniendo caritas ¿Cómo he podido caer tan bajo? Parecía decir.
Afortunadamente el patio interior de mi casa es un tanto babilónico y muy particular, con unas dimensiones bastante por encima de lo habitual. El patio tiene dos terrazas voladas a distinta altura y además se va abriendo mientras asciende, escalonándose por su lado sur, definiendo con ello dos cubiertas jardineras, todo lo cual al menos evitó que el pollo se lesionara. Otra cosa es que pudiera lograr salir solito de allí.
Tras avizorarlo, sobre las nueve de la mañana, de pie y un tanto desconcertado, subido a otra viga pegada al muro divisorio del patio, a unos tres metros por debajo de donde estaba la buena, sobre la que debería haberse posado, fui el primero en advertir los apuros de Guguín. Sin embargo, al cabo de un rato, también saltaba la alarma y cundía la preocupación entre su grupo.
Subida al tendedero, como un almirante en el puente de su navío, una gaviota grande lo sacudía al recorrerlo nerviosamente de un extremo al otro. Mientras tanto, desde el fondo del patio, Guguín emitía ocasionales pitidos para señalizar su ubicación.
En teoría parecía posible que, mediante un ascenso progresivo, saltando de punto de apoyo en punto de apoyo hasta llegar arriba, el Guguín pudiese salir solo de la trampa en que se había metido, pero no parecía que lo estuviera enfocando bien. En un momento dado por ejemplo parecía que estuviese tratando de atravesar un cristal espejeado que hay en la base del patio.
En otros intentaba sin éxito un salto casi vertical, acompañado de estruendosos aleteos, abriéndose paso entre arbolitos, tratando de alcanzar una viga que atraviesa el patio por su zona baja emplazada a unos inalcanzables tres metros sobre su cabecita. Cuando no lo lograba y volvía a caer al fondo sus chillidos de rabia y frustración llenaban el patio.
FOTO 8 – TONTERÍAS LAS MÍNIMAS, PARECE PENSAR LA MAMÁ DE GUGUÍN [NATURALMENTE TODO ERA PURA FACHADA].
En ese momento, portando un pescadete en el pico, hizo su aparición el otro progenitor. Tras hacerse cargo de la situación y zamparse calmosamente el pescadete que traía, se subió decididamente a la viga que corona el patio por el lateral y empezó a comunicarse con Guguín. Se diría que le estaba dando instrucciones.
FOTO 9 – EL GUGUÍN, CÓMODAMENTE INSTALADO, Y BIEN PROTEGIDO ADEMÁS DE LOS RIGORES DE LA CANÍCULA, PASA LA TARDE EN LA JARDINERA
Como entre todos me estaban poniendo nervioso, decidí salir a dar una vuelta. Por otra parte en aquel momento ya no podía hacer nada más por él. Para entonces, y tras localizarlo en el fondo del patio, ya había puesto en marcha la “Operación Salvar al Pollo Guguín”. No quedaba sino esperar, concretamente una llamada.
Evidentemente no había acogido al polluelo simplemente para acabar viéndolo morir de hambre y sed, solo en el fondo de un patio vacío, y temía justificadamente que en el ínterin el pollo, al intentar salir por su cuenta de la trampa, acabase lesionándose, antes de que se pudiese intervenir.
Así pues, tras haber telefoneado al propietario de la vivienda del fondo del patio, que estaba vacía, al igual que la que tenía encima, al estar sus ocupantes de vacaciones en Sanxenxo, éste, muy amablemente, me había ofrecido los servicios de un sobrino suyo, el cual tenía las llaves y se encontraba en Vigo. Quedamos en que me llamaría.
Finalmente, y tras recibir la llamada del sobrino en cuestión, sobre las dos de la tarde, nos encontramos en el portal del edificio, y tras subir en el ascensor entramos en la amplia vivienda organizada en tres niveles alrededor del patio.
Presto al rescate, y oportunamente equipado con una toalla [consejo de una amiga con experiencia en temas rurales] con la que atrapar al Guguín, irrumpí en la base ajardinada del patio, resultando que asombrosamente allí ya no quedaba nadie. Me llevó un rato comprobarlo registrando bajo los arboletes. De hecho en todo el patio no quedaba ni una sola gaviota, lo que hacía que reinase un extraño silencio.
Increíblemente Guguín, el experto en saltos, había logrado finalmente salir solito del lío en que se había metido, salvándose a si mismo, y aparentemente se debían de haber ido todas a celebrarlo, dejándome de paso a mí en una situación un tanto embarazosa delante del sobrino del vecino, el cual, muy cortésmente, se abstuvo de hacer cualquier clase de comentario sarcástico.
Desde entonces no ha vuelto la bandada, ni tampoco el Guguín, lo que por otra parte es normal por estas fechas, una vez concluida la época de nidificación. Ahora, en estos días del final del verano, al salir a la jardinera extraño el anterior aspecto de las cornisas, otrora pobladas por picos o colas de gaviota, asomando aquí y allí cual peculiares gárgolas.
Actualmente ya solo recibo la visita casi diaria de una patiamarilla, la única que queda, la cual en ocasiones aparece acompañada de otro plumífero más joven que parece seguirla y que podría ser hijo suyo. Esta gaviota es la más bonita de todas. Tiene unos ojos dorados, muy grandes y expresivos, y un plumaje ultrablanco.
Cuando salgo al jardín la gaviota me mira desde lo alto de la viga metálica con curiosidad, incluso con asombro. Se ve que la preocupo. También le he puesto un nombre. Faltaría más. Se llama Scramble.
Al revés que sus congéneres Scramble es una gaviota muy silenciosa. Los otros, sin que se sepa muy bien el porqué, de cuando en cuando bajan la cabeza, apoyando el pico sobre el pecho, como concentrándose, para un momento después echarla violentamente hacia atrás, lanzando un largo y sonoro kakakaká, el cual normalmente es contestado por otras gaviotas. En ocasiones esto da lugar a autenticas serenatas, una cacofonía de graznidos en suma que dura varios minutos. Después permanecen en silencio durante horas.
A esta última bípeda también tuve que salvarla el otro día. En el atardecer del 11 de septiembre estaba tranquilamente sentado a mi mesa, cuando, con la puerta-ventana abierta, la oí despegar de la jardinera rumbo a la mencionada viga que delimita el patio. En vez del discreto y familiar flap, flap, flap de otras veces, en esta ocasión hubo un flap, flap cortado, seguido de una rápida serie de sonidos confusos.
Efectivamente, como me temía y pude comprobar poco después, Scramble no había logrado hacer pata en la viga y se encontraba a media altura dentro del patio, de pie sobre el peto de la barandilla de una terraza volada, situada unos cinco metros más abajo de donde debería estar. Aunque no se la veía nada alterada [las gaviotas se creen muy chulitas] poco después, y siguiendo el itinerario de Guguín, la bípeda se ubicaba sobre la viga volada, y ya por la noche, buscándola con una linterna, la localicé en el fondo del patio.
FOTO 10 – SCRAMBLE UNA GAVIOTA MUY PECULIAR
Cual piloto derribado en territorio hostil, cada vez que la alumbraba con la linterna cambiaba de sitio, situándose bajo la superficie arbolada, fuera del haz de luz. Dado que afortunadamente todavía conservaba el número de móvil de Jorge, como así se llamaba el sobrino de mi vecino, sin más dilación procedí a ponerme en contacto con él, solicitando nuevamente su ayuda para salvar a una gaviota, y una vez más él ofreció su colaboración.
A la mañana siguiente, y antes de poner en marcha, con la soltura ya adquirida, la “Operación Salvar a
FOTO 11 – GUGUÍN, ATRAPADO Y SIN SALIDA EN EL FONDO DEL PATIO
Así pues, a media mañana, más o menos sobre las doce, Jorge y yo nos personamos nuevamente en la vivienda en cuestión, accediendo a la base ajardinada del patio. Y allí estaba Scramble tan tranquilo, como si la cosa no fuera con él, como si no tuviera ningún problema.
FOTO 12 – EL PLUMÍFERO EN APUROS MÁS EN DETALLE
Una vez sobre el terreno, y dado que el rescate conllevaba la previa captura del espécimen, la primera dificultad fue vencer la resistencia a tal acción de la gaviota Scramble, la cual no estaba para nada dispuesta a consentir semejante humillación, razón por la cual opuso férrea resistencia a la captura, eludiendo con mucha habilidad todo intento de atraparla.
Mientras tanto el servicial Jorge permanecía parado en el umbral de la puerta corredera del salón de su tío, bloqueando con su presencia el acceso del plumífero al interior de la vivienda. No obstante, como no lograba capturar al volátil, le pedí que me ayudase cerrándole el paso.
Ajeno a tales preocupaciones Scramble, velozmente propulsado por sus patas palmeadas, corría desalado hacia el ventanal.
Fue allí, mientras se apretaba desesperadamente contra el cristal del ventanal, intentando atravesarlo con todas sus fuerzas, y poder así huir, donde logré finalmente pillarlo. Al verse capturado y envuelto por la toalla, el plumífero, mientras me miraba acusadoramente con sus ojos dorados, emitió, con el pico muy abierto, un gemido desesperado. “Asesinillo”, parecía llamarme el muy desagradecido.
A lo que se ve Scramble, análogamente al caso de Guguín, daba por hecho que las superficies acristaladas constituyen algún tipo de membrana inteligente semipermeable, la cual permitiría la infiltración de gaviotas a su través, lo que resultó no ser el caso.
Tras la laboriosa captura lo acerqué a una ventana abierta, a la altura del tercer piso sobre la calle. Un instante después, y haciendo honor al nombre que le había puesto, Scramble salía disparado, volando a lo largo de la calle durante unas decenas de metros, antes de, sobre la marcha, dar media vuelta y pasar de nuevo a nuestro lado como una exhalación.
Lo vimos alejarse, cual misil de crucero, sobrevolando la calle a media altura, antes de desaparecer en lontananza. No obstante la tarde siguiente Scramble volvía a estar de nuevo, como si tal cosa, sobre la viga metálica encima de mi estudio, lo cual me alegró.
Que Scramble saliera volando ese día con tanta agilidad sorprendió mucho al Jorge, el cual al verla en el suelo había supuesto que la gaviota simplemente no estaba en condiciones de volar. La sucinta explicación que intenté darle sobre los principios de vuelo en relación con el Efecto Bernouilli sospecho que no la entendió en absoluto, lo que tampoco creo que mejorara nada la opinión que, a estas alturas, ya debe de tener sobre lo raro que soy.
FOTO 13 – SCRAMBLE DE VISITA EN LA JARDINERA
Tan solo dos días después, mientras
todavía me estaba riendo por lo bajo de las ideas gaviotiles en relación con las
propiedades semipermeables del vidrio, yo mismo me estrellé abruptamente contra
una dura e impenetrable puerta corredera manual, 100% de cristal, 100%
invisible, que acababan de instalar en una oficina del Colegio de Arquitectos.La violencia del choque, además de hacer que se me saltaran las gafas de sol que llevaba, y que se me rompiese la correa del reloj, me dejó una brecha en una ceja, un fuerte dolor de espalda y el ojo a la funerala durante cinco días ¡Esto me pasa por reírme de las gaviotas! pensé. Afortunadamente la nariz, que es la segunda cosa más bonita que tengo, se salvó del impacto.
Ahora, cada vez que Scramble, o el otro bípedo que la sigue, toman tierra en mi jardinera para repostar, suelen dejar en el suelo y delante de la puerta-ventana, a modo de tarjeta de visita, una elegante plumita blanca. A veces se juntan hasta tres o cuatro, pero no creo que me estén acusando de nada.
Rescatar al pollo Guguín y a la gaviota Scramble fueron mis dos buenas acciones de este verano. Al Guguín en particular le cogí mucho cariño por lo que espero y deseo que le vaya muy bien, y que Taranis el Dios del Viento sea generoso con él.
Lo imagino, entusiasta y feliz como es él, planeando pico al viento por las Cíes, jugando con las corrientes de aire, emulando las proezas de su más famoso congénere, el intrépido Jonathan Livingston Seagull. En la citada novela de Richard Bach uno de sus personajes afirmaba: “El paraíso debería estar lleno de gaviotas”. No puedo estar más de acuerdo.
Por cierto que Guguín al tal Jonathan no tiene nada que envidiarle. Si fue capaz de salir solito de ese patio, el Guguín como gaviota podrá conseguir cualquier otra cosa que se proponga en la vida. En fin ya me contará sus hazañas cuando vuelva de visita.
JOSÉ BAR BLANCO, 2012
Estresante y delicioso relato. Un par de mis experiencias con ellas las he reflejado en unos mini post titulados: Un increible finde animal (julio) y La secreta vida familiar de las gaviotas, por si te apetece leerlos. Un saludo.
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